sábado, 18 de noviembre de 2006

TORQUEMADA Y SAN PEDRO, de Benito Pérez Galdós

Fin de la tetralogía que el autor dedica a este entrañable usurero (la saga va de más a menos.).

El inicio: con el trajín de los criados parece Lo que queda del día (magnífica película y mejor novela).

El final: abierto, ambiguo y enigmático, porque, al morir Torquemada pronuncia la palabra “conversión” (¿de la fe o de la deuda pública?).

Relación con otras novelas de Galdós y del XIX:

El entierro degradante de Fidela (mujer de Torquemada), igual que pasa con los artículos de Larra o con el de Mesonero Romanos sobre el cementerio de San Isidro (la gente no va por devoción, sino para atracarse a comer).

El hijo de Torquemada tiene la cabeza extremadamente grande, desproporcionada, igual que Mariano Rufete, alias Pecado, en La desheredada, de Galdós. Es lo que Zola llamaría el Determinismo Fisiológico: la herencia de la sangre.

Torquemada necesita volver a sus orígenes, regresar a los bajos fondos, porque nadie escapa al medio: es el Determinismo Social de Zola.

El motivo del curita en casa: ídem que La conquista de Plassans, de Zola; Los pazos de Ulloa, de Pardo Bazán; y Doña Luz, de Valera.

Aparece un personaje de otras novelas de Galdós: el médico Augusto Miquis.

A Cruz, la cuñada de Torquemada, le da por el misticismo; lo mismo que Anita Ozores en La regenta y Marthe Rougon en La conquista de Plassans.

La avaricia de Torquemada recuerda la de papá Grandet en Eugenia Grandet, de Balzac.

Torquemada, ante su inminente muerte, tiene que ponerse en manos de un cura, ídem que el protagonista de El escándalo y que Pedro Polo (el cura sin vocación) en Tormento.

Torquemada, como el “marido” de Tormento va a la suya: lo que opine la sociedad les importa un pito.

Momento zolaniano: el usurero cree que envenenan su comida.

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